jueves, 17 de mayo de 2007

El aplauso que hizo llorar a Valverde

Graham Turner, el delegado de la UEFA encargado de temas de prensa, cogió el micrófono en cuanto Valverde respondió a la última pregunta. “En nombre de la UEFA y en el mío propio –dijo- quiero decirle que han conseguido ustedes un hecho histórico y difícil de igualar. Han sido el único equipo en toda la historia de la competición que ha disputado quince partidos, no han perdido ninguno, ni siquiera en la final y, sin embargo, no pueden llevarse el título por los penaltis. Quiero que tenga mi reconocimiento y el respeto de todos nosotros”. Inmediatamente, los periodistas que estaban en la sala de prensa se levantaron y comenzaron a aplaudir. A Valverde, entero hasta entonces, se le puso un nudo en la garganta y sólo acertó a decir: “Gracias, aunque hemos perdido, mi equipo se siente campeón”. No pudo decir más. Se levantó y salió por la puerta. Fuera, en un amplio espacio vacío, en un solitario túnel que daba hacia el campo, sobrecogía la imagen de un técnico que se agachó en silencio. Su silueta, recortada sobre el fondo colorido de los asientos y con una fina lluvia que brillaba entre los potentes focos, componía una foto preciosa, un contraluz mágico. Seguramente, si el propio Valverde se hubiera podido ver desde atrás, hubiera sacado su Leica y habría inmortalizado este momento tan mágico, tan íntimo, tan especial.



Fueron apenas unos minutos de silencio absoluto. Hasta los miembros de seguridad del estadio que custodiaban las puertas las cerraron con sigilo para no perturbar su soledad. Fueron apenas un par de minutos en los que recobró el aliento y, con el mismo sigilo que había llegado enfiló, de nuevo, el camino de unos vestuarios que seguían tratando de digerir tan dolorosa derrota.



Esta final tuvo eso. Y más cosas. Tuvo las canciones de Zabaleta en el autobús. Tuvo la complicidad de un equipo absolutamente ilusionado, entregado y con una gran carga de ambición. Tuvo rituales, liturgias, momentos copiados a la final del año pasado en Madrid y tuvo, por encima de todo, el reconocimiento del rival. Nadie, ni uno solo de los seguidores del Sevilla, aun sabiéndose favoritos, pudieron imaginar que este Espanyol les iba a poner tan complicado revalidar el título que lograron el año pasado en Eindhoven y que tanto orgullo ha desatado por el Guadalquivir.



Cuando el autobús del Espanyol abandonó Hampdem Park, fue encontrándose por el camino pequeños grupos de seguidores blanquiazules que aplaudieron al paso de la comitiva, pero también, de sevillistas que hicieron lo mismo. Ni un mal gesto. Ni una mala palabra. Silencio y reconocimiento. Todos coincidieron en que habían visto uno de los mejores partidos que ha dado la historia de esta competición. Los jugadores del Espanyol, dentro, agradecían con imperceptibles gestos el cariño que recibían y que les hacían partícipes de un momento realmente especial en sus vidas.



Fuente: Web de RCD Espanyol de Barcelona

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